
El 27 de noviembre del 2017 fue beatificada por el papa
Francisco la fundadora de la
Congregación de las Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús.
Su historia personal transcurre en la ciudad de Córdoba
durante el siglo XIX, lugar en que nació, vivió e hizo efectivo un
gran sueño de bien común signado por el amor a Cristo y el amor a la humanidad.
La ciudad, en ese momento, era un centro cultural de reconocida
efervescencia, con presencia de la Universidad, la Biblioteca y la Imprenta
fundadas por los jesuitas en 1611. Recordemos que hoy la bandera de Córdoba
luce el sol jesuita, sello de esa influencia cultural, social y religiosa. Pero
las huellas de esta cultura naciente
siempre estaba marcada por la impronta masculina, ya que las mujeres estaban
condenadas al analfabetismo y restringidas a un accionar dentro de la vida
familiar; la acción social, política, cultural (incluida la religiosa) estaba
en manos de los varones.
En este contexto histórico, nace en Córdoba, el 27 de
noviembre de 1823, Josefa Saturnina, la tercera de las cinco hijas que tuvieron
Pablo Hilario Rodríguez y Catalina Montenegro. A los dos años queda huérfana de
madre y a los nueve de padre. De esta manera, la pequeña Saturnina y sus
hermanas son criadas por sus tías
abuelas, las que, siguiendo la tradición familiar, le inculcan la fe católica y
la disciplina de los ejercicios
espirituales ignacianos. Ambas familias,
la paterna y la materna, eran reconocidas en Córdoba por el prestigio social y
político. Como ejemplo podemos destacar a su primo, Santiago Derqui, presidente
de la Nación y gobernador de Córdoba.
La formación de Saturnina (luego Catalina) era la que
podían poseer las mujeres en aquella época, una educación precaria e
insuficiente :leer, escribir, bordar, coser y tejer. No obstante, tuvo una
formación altamente calificada en las ciencias religiosas o Ciencias de Dios,
extraída de la costumbre familiar , según consta en sus Memorias, de reunirse a
rezar alrededor de la Virgen en tanto le inculcaban su
devoción. También tiene un ímpetu hacia
el conocimiento y el saber que la nutren de una cultura que ella cultiva como
autodidacta.
Saturnina tiene diecisiete años cuando por primera vez realiza los Ejercicios
Espirituales. Precisamente, corría el año 1840 y los jesuitas habían podido
regresar a lo que fuera el Virreinato
del Río de la Plata, luego de setenta años de exilio. Una gran alegría
ciudadana coronó su retorno y proliferaron las prácticas religiosas fomentadas
y sostenidas por ellos. Es así como Catalina realiza su primer retiro y puede
relatar, luego de esta experiencia, que fue tan grande su encuentro con el
Padre que la miraba con misericordia,
que se sintió como otro Moisés, después de haber hablado con Dios. En ese
momento siente el deseo de consagrar su vida a Dios.
Pero los avatares de la vida y de su historia tenían
que virar hacia otros escenarios que le permitieron un mayor conocimiento del
mundo , de Dios y del alma humana. En cada proceso vital por el que atravesó
tuvo la experiencia de una humanidad en la que nunca dejó de reconocer el
rostro de ese Cristo que había deslumbrado su corazón desde siempre. Es así
como en 1851 un coronel viudo y con dos hijos llamado Manuel Zavalía, la pide
formalmente en matrimonio. Los planes de la joven se ven abrumados; ella ya
había rechazado la oferta de matrimonio de Manuel Derqui por su falta de
interés en el matrimonio. No obstante, leemos
a Silvia Somaré en Catalina de
María Rodríguez, Mujer , Laica y Religiosa _Ed Guadalupe, Bs As., 2016_ : “En una época de verticalismo
varonista, los casamientos se arreglaban entre familias con escasa
participación de la novia”. Ella se niega a aceptarlo, y el coronel, de personalidad enérgica y
agresiva, influye sobre su ánimo con la ayuda del Presbítero Tiburcio López,
amenazando con suicidarse si era rechazado por la joven. Pareciera que esta
amenaza más el dolor de ver a los hijos de Zavalía huérfanos, influyen sobre su
ánimo y acepta casarse, concretando esta ceremonia el 14 de agosto de 1852.
A pesar de haber
sido arrojada a un matrimonio que no deseaba, vive este momento sin dejar de comprometerse con el bien común,
se hace responsable de los niños de Zavalía pero nunca deja de participar y
asistir a la obra de los ejercicios espirituales ; estando en Paraná junto a su
esposo, organiza tertulias a beneficio de las viudas de los soldados muertos en
las batallas por las luchas entre unitarios y federales. Cuando muere Zavalía, un 30 de marzo de 1865,
ella expresa: “Murió el ser que más amaba en la vida, después de Dios”. La vida
laica de Catalina, como relata Silvia Somaré_ Op. Cit._, tuvo un gran
protagonismo:” …no dudó en llegar a transgredir los paradigmas del silencio de
la mujer, de peticionar ante las autoridades, de interceder por el regreso de
los jesuitas, de honrar al matrimonio en una época en que era considerado casi como un mal
necesario para la conservación de la especie humana”. Nos encontramos con el
perfil de una mujer asombrosa, capaz de transformar los recónditos espacios de
cada lugar al que le tocó pertenecer y de encontrar, en cada tramo de su vida,
una manera de comprometerse con la esperanza de una humanidad mejor, de un
mundo más justo, de una tierra llena del espíritu del Evangelio; ese Evangelio que había troncado su corazón de jovencita en
un corazón que trabajaría por el Reino de Dios , el que ella vería reflejado en las mujeres excluidas de
una realidad con hegemonía masculina y con olvido de los valores humanos.En Catalina no hubo juramentos de fidelidad a la patria.
Pero la patria debe recordarla hoy como
una predicadora del bien en espacios de
silencios profundos y de soledades interminables.
Luego de
haber quedado viuda, aquellos antiguos deseos de su adolescencia parecen
recuperar espacio y tensión amorosa en su corazón, ese que nunca ha dejado de
latir por el Dios que se apoderó de su vida tan tempranamente. Entonces
comienza de nuevo su lucha, su tenaz persecución de un ideal que la envolvía y
que complacía, definitivamente, sus más profundos anhelos. Corre el año 1865
cuando renace su vocación y su porfiado afán de mejorar la situación de vida de
los excluidos de la época. Ya no desea ser religiosa sino que siente el impulso
de fundar una comunidad, tal como lo cuenta en sus Memorias:
“El 15 de
septiembre del mismo año( 1865)… cuando dirigiéndome a visitar el Santísimo, que estaba expuesto en la
Iglesia de las Catalinas, me vino al pensamiento que tenía un terreno bastante
grande en el que podía edificar una Casa de Ejercicios y formar una comunidad
de señoras que estuviesen al servicio de ella”. A idea que se presentó en la
claridad de su mente y en el ancho y
profundo hueco de su corazón entusiasta, ella le llamó “Sueño Dorado”.
Desde el
momento de la inspiración hasta la concreción de este sueño, pasan siete años
de luchas y de peleas interiores y exteriores, momentos de oscuridad y de luz, egregios
momentos signados por la consolación y la desolación, que ella había aprendido
de su maestro San Ignacio. En el medio de su ímpetu
fundacional, en 1867, se desencadena la epidemia del cólera y ella es una de las abnegadas voluntarias para
asistir a las personas desesperadas y enfermas, perdiendo también, por esta
enfermedad, a algunas hermanas que la apoyaban en su obra. Los varones que la
aconsejaban y apoyaban como los padres jesuitas David Luque o José María
Bustamante, en algún momento parecen querer abandonarla y le piden que
desista. Cuando todo parece oscurecerse, el Corazón de Jesús la fortalece y la
ilumina.
Finalmente,
en 1872, puede concretar su sueño fundacional. Fue un 29 de septiembre el día
de la creación del Instituto. Fue el padre Bustamante el que da el nombre, como
podemos leer en las Memorias:
“Para que se cumpliesen a la letra aquellas
divinas palabras: el que se humillare será ensalzado, el Padre dio a nuestra Congregación
el título humildísimo de Esclavas y luego nos ensalzó llamándonos del Corazón
de Jesús…”
Catalina trabajó para la enseñanza de la niñez y para las
mujeres abandonadas_ incluso en 1882 se creó un Taller_ para la enseñanza,
atención y labor de la mujer obrera , citado por Moisés Alvarez Lijo, Educación de la mujer argentina, Ed
Difusión, Buenos Aires, 1941_ En un momento en el que Europa padecía las consecuencias sociales de la Revolución Industrial, el comienzo del
capitalismo salvaje y las mujeres
cobraban en las fábricas la mitad de la remuneración del varón, por igual
trabajo.
Catalina fue una “cabeza dura del bien”, caprichosa
y obstinada, militante de terquedades espirituales,
impecable luchadora contra combates espirituales. Nunca desandó el camino de bien que se había
instalado en su alma apenas iniciada la
adolescencia;con contrariedades y renuncias, consiguió propósitos difíciles de
cimentar, en una época hostil y descalificadora para las mujeres, a pesar de
poseer una buena posición económica
y de estar rodeada de personas de
influencia social y política.
Sus cartas, 1681
cartas dirigidas a hermanas, sacerdotes, políticos, cartas en las que dejó,
prolija y detalladamente, una radiografía de sus sentimientos y sus
anhelos. Sus cartas son la descripción
de una pasión , un conjunto de sueños concatenados y amarrados dirigiéndose a
la persecución de un ideal superior: fundar una casa que sea refugio y
trampolín hacia el mañana. Imaginemos la luz de la vela, la pluma ligera, la
tinta interminable y las palabras colapsando las hojas en espacios que
resultaban siempre escasos. Había mucho por expresar, mucho por construir.
Catalina tenaz, persistente, inclaudicable; el papel
rústico de cada carta confrontando con la claridad de sus ideas y su alma; en
la soledad de un proyecto entusiasta, enérgico; amaneceres de Catalina cercados
de afanes que titubeaban y se imponían, mujer hecha de sueños y de prodigios,
manos de tinta y de papel con las que construyó itinerarios de afectos y
trayectos de bien común y
solidaridad.
Catalina del discernimiento, de los altibajos, de las
decepciones y de los triunfos cotidianos; luchas ganadas en cada hora, batallas
perdidas en minutos de profundas agonías; luz y oscuridad, pasado y futuro
reclinándose en la solapa de su soledad, vivificada de presentes
intensos.
Catalina, querida fundadora, enamorada del Corazón de
Jesús,tus pasos decisivos y sin titubeos siguen dirigiéndose hacia los sitios
donde la exclusión y el abandono mantienen cautiva a la condición humana.
Graciela Jatib
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